En contextos de regímenes opresivos y totalitarios, orar por paz y buena voluntad puede sentirse como un acto atrapado en cadenas imaginarias. Una experiencia personal me marcó profundamente: un viejo amigo pastor, en un video de celebración navideña, oró con visible temor por la paz de la nación (Venezuela). Sus palabras, aunque sinceras, parecían pronunciadas desde las cadenas opresivas de una mazmorra imaginaria. Esto me llevó a preguntarme: ¿es posible orar sin miedo, con determinación, por una acción efectiva de verdadera libertad? Es decir, ¿por qué oramos por paz cuando no la hay, cuando deberíamos estar clamando por la restauración del derecho democrático? ¿Se puede superar el temor a las represalias y adoptar una metodología que combine audacia, prudencia y determinación?
Recuerdo las palabras de Jesús: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada" (Mateo 10:34). ¿Cómo se aplican estas palabras en el contexto de nuestras relaciones y nuestro compromiso dentro de un sistema totalitario? ¿Qué implican para la misión de su iglesia en regímenes opresivos? Estas reflexiones me llevaron a considerar el papel de la iglesia y su comunidad como individuos que viven el día a día: ¿de qué manera estamos siendo una fuerza de transformación estratégica dentro de este régimen opresor? ¿Por qué el cambio parece tan lento y desgastante? Si Dios ha permitido esta situación, ¿cuál es el propósito detrás de ella y qué papel nos corresponde desempeñar dentro de la hegemonía de un poder ilegítimo?
En este análisis, dos posturas emergen como claves para enfrentar esta realidad:
1. La oración como acto de valentía y resistencia estratégica
La oración y todos los medios de gracia deben ser vistos como un acto de valentía visceral. Orar estratégicamente con pertinencia y actualidad, entendiendo el verdadero significado de una oración eficaz, como la viuda que busca justicia, tanto en lo público como en lo privado, se convierte en un movimiento de resistencia moral y espiritual. La determinación surge de un entendimiento claro de las circunstancias y de un raciocinio que combate la parálisis de la duda con acción pertinente.
En este sentido, cabe preguntarse: ¿ha crecido la espiritualidad de la iglesia desde que este régimen se instauró? ¿Se ha movilizado un movimiento de oración nacional que confronte estratégicamente los sistemas opresores, como sucedió frente a los muros de Jericó? ¿Existe un concilio ecuménico pertinente de unidad en los temas que integren una defensa mancomunada, que aborde los temas urgentes en cuanto a ser sal y luz en medio de esta realidad? ¿Hemos desarrollado una sistematización confrontativa contra el reino de las tinieblas, con una metodología adecuada para resistir su hegemonía visible?
2. Ser una fuerza visible de luz y verdad
La iglesia debe ser visiblemente una fuerza de luz que elimine la ceguera y sal que preserve lo salvado, llevando el mensaje del evangelio a las esferas más altas del poder político, pero también al ciudadano de a pie. Esto implica una evangelización audaz, desafiante y confrontativa con el pecado, dirigida incluso a los caudillos visibles del régimen. La presencia de determinación y ánimo resuelto es clave para conquistar lo inesperado y superar los temores, incluso a la muerte en función de vivir el papel protagonico y misional.
Sin embargo, surge la pregunta: ¿hasta qué punto la narrativa coloquial propia de estos regímenes y el poder supremo que ostentan estos líderes les permitiría abrazar la fe en Jesucristo? Hasta el día de hoy, estas preguntas permanecen sin respuesta, mientras la iglesia parece continuar inmutable desde el día en que este régimen ilegítimo se instauró en el poder.
El peso de la Navidad bajo la opresión
La urgencia de estas preguntas desafía no solo nuestra espiritualidad, sino también nuestra capacidad de actuar con determinación y estrategia en medio de la incertidumbre de lo que somos en Cristo. Las grandes transformaciones requieren una combinación de claridad, audacia y resistencia estratégica. ¿Estamos, como iglesia, a la altura de este desafío?
Mi corazón sufre, y mi lápiz, tenso en mi mano apretada por la impaciencia y la impotencia de una espera que desespera, refleja el clamor de mi alma ante las circunstancias apremiantes que enfrentan los pueblos oprimidos por regímenes totalitarios. Este sufrimiento erosiona mi ánimo y debilita mis ganas de celebrar la emblemática festividad del nacimiento de mi Redentor. Porque, al final, un pernil en la mesa no puede borrar las atrocidades cometidas en los últimos 23 años de comunismo. Hoy celebro, pero con un sentimiento de nostalgia que envuelve y embarga mi corazón.
En medio del dolor, me atrevo a seguir aspirando a la paz, pero reformulando su significado etimológico: no podemos construir la paz sin la espada de la santidad, la ética del bien y el mandato cultural implícito en la mente de Caín cuando levantó la mano para segar la vida de su hermano. La fe demanda el bien, que significa ser como Jesucristo. Es la espada que exige justicia por la sangre de los que han caído, aquellos cuya sangre, como la de Abel, clama por justicia y por la condenación de los autores intelectuales y materiales de la desidia y la angustia.
Mi lápiz no descansará hasta ver dominado y doblegado el poder que nos oprime.
Homenaje a los caídos
No puedo concluir sin recordar la impunidad del regimen que espera su oportuno momento de justa justicia, de quienes dieron su vida luchando por la libertad:
Luis Miguel Gutiérrez, estudiante de la Universidad de Los Andes, falleció en 2017 tras ser herido en una protesta.
Fabián Urbina, de 17 años, murió cuando un funcionario disparó contra manifestantes.
Juan López Manjares, dirigente estudiantil, fue asesinado mientras lideraba una asamblea.
Eduardo Márquez, estudiante universitario, murió tras ser herido en enfrentamientos en Mérida.
Sus vidas nos llaman a actuar desde el lugar que historicamente como iglesia hemos tenido. Que su sacrificio inspire a la iglesia a ser una fuerza de transformación. La paz que anhelamos no es la ausencia de conflicto, sino el triunfo del bien sobre el mal. Mientras mi lápiz siga escribiendo, la esperanza no se apagará.
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